La revolución de «junio» – MENDOZA EN 1810

Por Tomás Donato

Pensamiento ISTEEC #3
Publicado el 6/6/2022 - Año 1 - Junio de 2022

Los sucesos de la Semana de Mayo fueron conocidos en Mendoza alrededor del 6 de junio de 1810, producto de las noticias que traían los comerciantes. La comunicación oficial llegó recién el 13 de junio de manos del Comandante Manuel Corvalán. Con ella, la Junta Provisional Gubernativa, solicitaba al Cabildo mendocino su adhesión y el envío de su diputado.

Casi simultáneamente -un día después- llegó un despacho del Gobernador Intendente de Córdoba -Manuel Gutiérrez de la Concha- reclamando la adhesión de Mendoza al virrey depuesto y el envío de fuerzas para presentar combate a Buenos Aires.

Para la época, Mendoza era sólo un partido de la Intendencia de Córdoba del Tucumán (integrada, además de Córdoba, por La Rioja, San Juan y San Luis).

La disyuntiva no era nada fácil. Había que optar entre seguir las órdenes del Gobernador Intendente -claramente alineado con las ideas realistas- o atender el llamado revolucionario de Buenos Aires.

En este entuerto tuvo que moverse el «subdelegado de la Real Hacienda y Guerra» en Mendoza, el español Faustino Ansay.
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El Cabildo para tratar la postura a adoptar estuvo originalmente planteado para el 19, pero astutamente los ministros de las Reales Cajas, con anuencia del alcalde de primer voto, lograron postergarlo mientras esperaban noticias de Córdoba.

Cuando ellas llegaron, no trajeron ninguna calma. El 22 por la noche se conoció la férrea negativa de Gutiérrez de la Concha a reconocer la Junta Provisional y, por otro lado, que partía desde Buenos Aires una expedición militar para afianzar la revolución en todo el territorio.

Tremendas noticias provocaron que esa misma noche los vecinos se presentaran en la casa del alcalde de segundo voto -Manuel J. Godoy- para exigirle se llamara con urgencia un Cabildo abierto. Ya no podía dilatarse más: la reunión se fijó para la tarde del día siguiente.
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El 23 de junio, con la asistencia de sólo 38 vecinos -más las autoridades hispánicas- se inició la sesión del Cabildo. El alcalde de primer voto, Joaquín de Sosa, fiel a sus compromisos con Ansay, planteó que «la Junta no había rebajado al señor Gobernador de su dignidad, por lo tanto conservaba el carácter de inmediato jefe de la provincia».

Los argumentos no cumplieron su cometido. La enorme mayoría votó por el reconocimiento de la Junta. Pero Ansay, Domingo de Torres (Tesorero de las Reales Cajas) y Joaquín Gómez de Liaño (Ministro contador de las Reales Cajas) se opusieron a la decisión. Su férrea postura provocó que la elección del diputado se postergara para el día 25.

Apenas terminado el acto, enviaron oficio al Cabildo en estos términos: «Las leyes que nos rigen y cuya observancia hemos jurado, nos prohíben reconocer la Junta de Buenos Aires, ni ninguna otra actividad, interín no nos sean comunicadas las órdenes por el conducto correspondiente».

Los funcionarios hispánicos presentían que la postura asumida iba a traer consecuencias. Y, por supuesto, las tuvieron.

El pueblo temía, con razón, un golpe de mano de los realistas. Las armas estaban en poder de Ansay y los suyos. Así, nuevamente se congregaron en el domicilio de Godoy solicitando que se hiciera entrega de la sala de armas al Cabildo.

Los alcaldes Sosa y Godoy remitieron oficio formal a Ansay instándolo al pronto cumplimiento, para así calmar la inquietud del vecindario.

El 23 de junio, a las «doce menos cuarto de la noche» fechó Faustino Ansay su respuesta diciendo «no me he es permitida una resistencia que acarrearía inútilmente la efusión de sangre de los vasallos de mi adorado Rey» y que ponía las armas a disposición. Ello no respondía a intereses altruistas, el comandante sabía que no disponía de los adeptos suficientes como para mantener el control.

El partido realista perdía el primer encuentro. Sin las armas su influencia se reducía considerablemente.
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Conforme lo pactado, el 25 se celebró el Cabildo extraordinario para elegir al diputado que sería enviado a Buenos Aires a integrar la Junta. El favorito fue el «regidor decano fiel ejecutor» Don Bernardo Ortíz.

En medio de estos sucesos, los realistas desplazados recibieron una comunicación desde Córdoba donde se hablaba de los preparativos en esa ciudad para resistir a la expedición de los revolucionarios. Nuestros tres realistas se sintieron frustrados. Estaban convencidos de que la oposición de Mendoza entorpecía la resistencia que se concentraba en Córdoba.

Envalentonado, Ansay decidió que no se daría por vencido con tanta facilidad. Le hizo saber a González de la Concha que «no perdonaría medio alguno para sostener el buen orden». Acto seguido le comunicó al Cabildo que no consentiría su despojo del mando de armas puesto que el tumulto de la noche del 23 provenía de un muy reducido número de vecinos que no representaban el sentir del vecindario.

El Cabildo decidió no contestar.
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El 26 por la mañana se publicó un bando haciendo saber que se nombraba a Don Isidro Saénz de la Maza como nuevo comandante de armas. Además se emplazaba a Ansay, en el término perentorio de una hora, a pasar el mando de las milicias a Maza.

Los caudillos realistas trataron de ganar tiempo mientras pergeñaban su plan: tomar por asalto el cuartel y apoderarse de las armas.
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En la madrugada del 29, Ansay, Torres y Gómez de Liaño recorrieron sigilosamente las casas de los leales españoles reclutándolos para la tarea. Lograron reunir sólo 18 hombres y algunas armas. No tenían muchas esperanzas, pero ya no había vuelta atrás.

A las tres de la mañana Ansay tocó la puerta del cuartel:
-¿Centinela?
-¿Quién es?
-Soy yo.

Antes de que el centinela pudiera reaccionar, empujó la puerta y, junto con los suyos, se apoderó de la sala de armas. «No vengo a hacer daño alguno sino a apoderarme de las armas que tan injustamente me han quitado» les advirtió.

Cuando amaneció, el cuartel ya se hallaba guarecido y en estado de defensa con cien hombres y flanqueado por dos cañones.

La campana del Cabildo se hizo escuchar para reunir al pueblo. Alrededor de las diez ya se encontraban unas setenta u ochenta personas en la plaza. El fervor popular presagiaba un choque inminente.

El cura vicario Domingo García fue el nexo entre el Cabildo y los caudillos españoles. Estos ofrecieron una amnistía general pero, a cambio, debía reponerse a Ansay en su cargo. Es decir, volver las cosas al estado anterior al estallido del movimiento revolucionario. La comisión integrada por García, Sosa y Corvalán accedió y firmaron el convenio, que sería ratificado por el Cabildo ese mismo 29.

El partido de la revolución perdía el segundo encuentro.
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El pulso de la revolución ya no podía detenerse. El 1 de julio llegó el correo desde Buenos Aires: la Junta permanecía en buen estado y la expedición de 1500 hombres estaba próxima a entrar en Córdoba.

Los revolucionarios recobraron fuerzas y exigieron reunirse con los realistas para revisar los términos de lo convenido.

Ansay y los ministros evaluaron sus posibilidades. La fuerza efectiva con que contaban para resistir no pasaba de 20 hombres. No tenían alternativa, accedieron a reunirse pero en un lugar «amigable». Se convino que la conferencia sería en casa del Doctor José A. Sotomayor a las tres de la tarde.

Con profundo temor, Ansay y Liaño se quedaron en el cuartel y sólo concurrió por ellos el tesorero Torres. En su alocución dijo que «nadie había dado a la Ciudad pruebas más relevantes de amor que ellos» puesto que sólo buscaban la calma para todo el vecindario. Después de todo, lo importante era que estaban de acuerdo en conservar la obediencia jurada a Fernando VII.

Aprovechando el efecto positivo generado entre los vecinos asistentes, ejecutó el golpe final: para probarles sus legítimas intenciones propuso la unión del comandante con el ilustre Cabildo, de modo que ambas autoridades participaran en la toma de decisiones.

La propuesta de Torres fue recibida con incesantes gritos de ¡Viva la unión! Había nacido el «Gobierno de esta Ciudad». Pero dejaron bien en claro que esa conciliación no significaba seguir el sistema de juntas o de cualquiera parecido, puesto que debía cesar al momento en que se decidiera la suerte de la Ciudad.
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El 2 de julio comenzó con celebraciones por la paz que se había conseguido. Hasta que -nuevamente- llegaron noticias de Córdoba: el gobernador volvía a solicitar refuerzos. Las cosas no marchaban bien en la resistencia realista y eso representaba un problema para Ansay, que no se veía capaz de sostener el mando.

Al día siguiente, los caudillos hicieron conocer al Cabildo las comunicaciones de Córdoba, aunque sólo fueran las «convenientes».

Diez días después el Cabildo notifica a Ansay de que debían cesar todos los artículos del concordato celebrado el 1 de julio. El comandante no tenía más opción que allanarse.
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El principio del fin llegó de la mano de Juan Morón el 19 de julio. Venía de la Metrópoli con órdenes determinantes.

El 20 el Cabildo citó con carácter urgente al comandante Ansay, a Torres y a Gómez de Liaño. Allí se les comunicó que la comandancia de armas quedaba en cabeza del coronel Maza, los ministros debían entregar sus oficinas y papeles. Todos pasaron a estar bajo custodia para luego ser trasladados a Buenos Aires.

Finalmente, después de este largo derrotero, los realistas habían sido expulsados -al fin- de Mendoza.•


En 1960 el Senado de la Nación publicó la «Biblioteca de Mayo». Una monumental obra que recopiló obras y documentos de la época. En su tomo IV, se incorporan las memorias del teniente coronel Faustino Ansay sobre todo lo acontecido desde mayo de 1810 hasta su vuelta a España.
Les recomiendo su lectura.

-­ § Bibioteca de Mayo, Tomo IV. Honorable Senado de la Nación. Buenos Aires, 1960. Disponible en https://digitales.bcn.gob.ar/textos-1/archivos-y-colecciones-especiales/biblioteca-de-mayo-tomo-6/
-§ Historia de la Nación Argentina – Vol. V. Dir. Gral. Ricardo Levene. Ed. El Ateneo. Buenos Aires 1961.