Por Mario Donato Pensamiento ISTEEC #4 Publicado el 4/7/2022 - Año 1 - Julio de 2022
Existen diferentes miradas respecto a la edad de las personas. Muy probablemente alguien de 20 años considere que otro de 50 es un viejo.
El ámbito de desarrollo de las personas también condiciona. Pensemos en un futbolista o deportista de alto rendimiento. Con 35 años tiene que alejarse de su actividad, por más que no sufra de una patología que lo imposibilite. Ha caído en la categoría de viejo.
Cuando la persona se acoge al beneficio jubilatorio, automáticamente se recibe de viejo. Sin importar que tenga planes de continuar con su actividad desde otro lugar o que decida emprender una nueva.
Subir a un colectivo con las cienes plateadas provoca la duda de otros pasajeros sobre si deberían pararse y darle el asiento al viejo. Aún cuando no tenga una limitación física.
En las elecciones, cuando un ciudadano mayor de 70 años decide hacer uso de su derecho de sufragar, no puede demorarse en la tarea porque inmediatamente se escucha «si no es obligatorio, ¿para qué viene este viejo?».
Si una persona mayor decide estudiar una carrera, muy probablemente le preguntarán «¿qué hace Ud. acá?». La pregunta se basa en el estereotipo de que ya se te pasó la hora de estudiar, tenés que hacer cosas de viejo. ¿Esperarán que alimentemos palomas en una plaza, quizás?
Podríamos enumerar muchos más ejemplos, pero todos encierran un sesgo discriminatorio que se llama viejismo. La Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de la Personas Mayores, lo define en su art. 2 como «Cualquier distinción, exclusión o restricción basada en la edad que tenga como objetivo o efecto anular o restringir el reconocimiento, goce o ejercicio en igualdad de condiciones de los derecho humanos…»
Es que la vejez es una construcción cultural que -hoy por hoy- implica la pérdida de derechos. El paso del tiempo parece ser sinónimo de incapacidad, de no poder desenvolverse por uno mismo. Que necesitamos ayuda, que no podemos vivir solos, que debe haber alguien que nos cuide. Parece una especie de regresión en la que volvemos a ser niños.
No puede soslayarse que hay distintas maneras de llegar a la vejez. Una clasificación propone básicamente 3 formas:
- Dependiente: Cuando existen dificultades para desarrollar por sí mismo dos o más actividades instrumentales, entiéndase administrar sus bienes, relacionarse con otros, manifestar su voluntad.
- Frágil: Cuando hay pérdida de vínculos importantes. Situaciones de aislamiento, no sólo del núcleo familiar sino de su red de contención. Aquí podríamos incluir las dificultades de participar en entornos virtuales para quienes nacimos en una época totalmente distinta. El acceso a las nuevas tecnologías es una importante restricción para el ejercicio de los derechos de las personas mayores.
- Robusta: Aquí las personas son plenamente autónomas y pueden cumplir todas las actividades instrumentales que insume la vida cotidiana.
Esta clasificación pone blanco sobre negro respeto de algunas realidades en torno a la vejez. De la misma forma que todas las personas somos distintas, con realidades distintas y particulares, la vejez también merece ser considerada en su particularidad.
Aquí está el peligro de la generalización y mandatos que surgen de los estereotipos: creer que todos los viejos necesitamos -y queremos- ser cuidados y asistidos. Es de suma necesidad cambiar esta mentalidad que sólo termina por reforzar vulneraciones de derechos.
Van a cumplirse tres años desde mi jubilación como profesor del ISTEEC. Tengo 64 años. Soy persona mayor para la Convención Interamericana y viejo para los estereotipos. Más allá de los términos empleados, lo importante es contribuir a que los derechos se consoliden y se amplíen.•