Por Silvana Porro Pensamiento ISTEEC #6 Publicado el 1/9/2022 - Año 1 - Septiembre de 2022
En los tiempos que corren, resulta menester que hablemos de la Economía Feminista en el interior de nuestras aulas.
Cada una/o de nosotras/os participamos cotidianamente, sin saberlo, en decenas de movimientos económicos cuando pedimos un aumento en nuestro trabajo o cuando el dinero no alcanza. Pero ¿qué pasa cuando te das cuenta que, por el sólo hecho de ser mujer, asumís «naturalmente» la mayor carga de responsabilidades en las tareas domésticas en tu casa? Te preguntaste alguna vez ¿por qué existen carreras y oficios feminizados que tienen menor reconocimiento social y carreras, trabajos con mayor presencia de varones y están mejor pagos?
Se evidencia que las mujeres suelen ser la variable de ajuste ante las crisis económicas. Gloria Bonder, investigadora, realiza una hipótesis al enunciar que la desigualdad de género opera como variable estratégica para incrementar la rentabilidad económica. Por ello, los aportes de la Economía Feminista son fundamentales, ya que visibiliza cómo el sistema económico se sostiene gracias a la jerarquización de las relaciones de género, quedando las mujeres y diversidades sexuales relegas y postergadas en el acceso real y efectivo a Derechos en el mercado de trabajo.
En primer lugar, para comprender las brechas y desigualdades de género, les propongo reflexionar sobre los estereotipos de género y su injerencia en la injusta división sexual de trabajo.
Los estereotipos responden a modelos, valores, comportamientos sociales y opiniones preconcebidas. A través del proceso de socialización, los estereotipos de género se constituyen como un grupo estructurado de creencias, valoraciones personales que se le atribuyen a mujeres y varones, convirtiéndose en una carga valorativa diferencial y jerarquizada en la sociedad.
Esta jerarquización se traslada al mundo del trabajo, condicionando las posiciones que la mujer y el varón deben ocupar y las funciones que deben cumplir. Preparar los alimentos, hacer las compras de la casa, cuidar a las personas enfermas de la familia, trasladar las hijas e hijos a la escuela, son algunas de las tantas actividades realizadas a diario, esenciales para el sostenimiento de la vida, que se ubican en el ámbito de lo privado. Tareas domésticas y de cuidado que se caracterizan por estar feminizadas, sin remuneración y sin valor social hacia quienes las ejecutan.
Estas funciones del orden de lo reproductivo (reproducción biológica y social) responden a una división sexual del trabajo, es decir, funciones y expectativas sociales que se asignan y reparten según el sexo de las personas.
En el caso de los varones, por siglos su rol y participación tradicional ha estado adjudicado al ámbito de lo público, en el orden de lo productivo. Es decir, en ámbitos como la calle, la política, lo social, su trabajo tiene un precio y por ello se le paga.
Hagamos el ejercicio de pensar cuántas mujeres conocemos que han tenido que postergar sus estudios o trabajar en changas que no sean de tiempo completo por tener que hacer frente a los cuidados familiares.
También, como consecuencia de la división sexual del trabajo, nos encontramos con la problemática de la segregación ocupacional horizontal, también conocida como paredes de cristal. Así vemos ocupaciones en diversos sectores con fuerte concentración de mujeres; la docencia, la enfermería, carreras como la Tecnicatura en Organizaciones de la Sociedad Civil, la psicología, son carreras que están marcadas por reproducir roles tradicionales feminizados, como la asistencia, el cuidado y protección de un otro/a.
A los varones se les atribuye como visión estereotipada la fuerza física o el manejo de herramientas, maquinaria y tecnología. Es el caso de nuestra Tecnicatura en Comercio Internacional, con mayor presencia masculina, estudio orientado al mercado global, a estrategias de negocios, logística. Es decir, competencias tradicionalmente consideradas de tinte masculino en el mercado de trabajo.
Con la crisis del covid-19 en América Latina, se acentuó la desaceleración de la actividad económica en la región. De acuerdo con las estimaciones de la CEPAL, la caída del PIB representa el 7,7% en nuestra región y el aumento del desempleo llega a los 10,4 puntos. Cifras macroeconómicas que, en lo doméstico, se traducen en caída de los ingresos, caída del consumo y del poder adquisitivo y el empobrecimiento de los hogares. Las mujeres están sobrerrepresentadas en dichos hogares pobres, fenómeno también conocido como feminización de la pobreza.
Según mediciones en la región, el 54,3% de las mujeres y el 52,3% de los hombres trabajan en condiciones de informalidad y en el caso de las y los jóvenes, la situación es aún peor, ya que la informalidad afecta al menos al 60% (OIT 2018:34).
Siguiendo la misma línea de problematización, se denomina piso pegajoso, en el mercado laboral, a la realidad de aquellas mujeres que perciben bajas remuneraciones. Sus condiciones laborales son precarias, ya que las tareas de cuidado recaen sobre todo en ellas. Son las mujeres quienes se encuentran aglutinadas, adheridas a la base de la pirámide económica, con dificultades e imposibilitadas para lograr su realización personal por fuera del ámbito familiar.
Ahora bien, el objetivo de compartir con ustedes algunos conceptos básicos de la Economía Feminista, es a fin de que desarrollemos el pensamiento crítico en nuestros espacios educativos. Como profesores/as, como estudiantes, desde el personal administrativo, hasta el cuerpo directivo, es importante insistir en la necesidad de reflexionar críticamente sobre la propia práctica cotidiana y la práctica educativa. Pero también sobre las condiciones y circunstancias en las que trabajamos y nos relacionamos, para así revisar qué tan lejos o qué tan cerca estamos en desmantelar las injusticias por motivos de género.•