Por Celia Párraga Pensamiento ISTEEC #1 Publicado el 1/4/2022 - Año 1 - Abril de 2022
Habría que preguntarse si, más allá de ser un o una sobreviviente, nos quedó un aprendizaje después de la pandemia. Tal vez el tiempo lo dirá. Mientras tanto la vida continúa con una extraña sensación de vacío e incertidumbre, ya que todo puede modificarse en un segundo.
Siempre nos enseñaron que había que resolver problemas, comprender la realidad y, luego de evaluar alternativas, tomar decisiones. Sin embargo, el sistema educativo actual no nos preparó para esas capacidades. Fue más bien una matrix, una simulación, un invento, un sueño irrealizable, una construcción social y un status quo armado sólo para demostrar que nada ha cambiado y que todo sigue como era entonces.
Ante este panorama y, sobre todo después de un hecho tan paradojal como una pandemia, el mundo se trastocó y la humanidad se estremeció, aunque muy pocos advirtieron que la educación sería la herramienta más poderosa para salir de ese laberinto. De ahí que esos pocos estén pensando la salida desde lo más humano del hombre, su interior.
El interior humano, actualmente devastado por las amenazas constantes de la vida cotidiana, reclama desde sus honduras ser mirado nuevamente. Esa mirada profunda, entonces, es la oportunidad y el desafío que tienen los educadores para crear utopías realizables que no se corren para no ser alcanzadas, sino más bien constituyen posibles acciones, ocultas detrás de los sueños. En ese sentido, dichas utopías son las que requieren de seres valientes, capaces de enfrentar cualquier eventualidad y de revertir toda circunstancia adversa. Estos seres son llamados a pertenecer al grupo de «los imprescindibles».
Bertolt Brecht escribió: «Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos. Pero están los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles». A la manera del escritor se podría afirmar que esos educadores, «los imprescindibles» ya están aquí presentes y son los que acompañaron a sus estudiantes durante un tiempo de clúster, nueva normalidad, vieja normalidad, incertidumbre, masa madre, kéfir, alcohol en gel, barbijo, miedo, ejercicios en casa, maratón de series, PDF, subida de tareas, evaluaciones, Moodle, Meet, Zoom, Hangouts, Canva, Genially, Kahoot, o «tenés el micrófono apagado», entre otras cosas.
Ellos compartieron la mesa de la cocina, el escritorio y sus rincones hogareños, los perros ladrando, sus niños en la pantalla. Momentos inolvidables y también los olvidables, por cierto, además de los muy duros como las grandes pérdidas . Ellos fueron, son y serán los creadores de las utopías realizables. Los llamados a ser imprescindibles.
Ahora bien, y volviendo a la pegunta inicial, estamos en condiciones de afirmar que lo que permaneció fue la vida ante nosotros con una nueva mirada hacia el futuro. Por eso, «los seres imprescindibles», educadores y estudiantes, no sólo hablarán sino que van a actuar. No traerán la palabra esperanza como último artilugio para adormecer el espíritu, sino que llevarán consigo la llave de millones de puertas hacia el aprendizaje.
En síntesis, después de haber transitado la experiencia traumática de la pandemia, de haber rescatado el interior humano de la carcajada infinita y superflua que nos quiere gobernar, nos queda reinventarnos, aprender nuevos caminos, encender nuestras mentes, sortear múltiples obstáculos, restaurar la confianza y resurgir como educadores y estudiantes imprescindibles, porque como dice Sábato: «A la vida le basta el espacio de una grieta para renacer».