PROCRASTINACIÓN

¿Un problema en la gestión del tiempo o en la gestión emocional?
Por Alejandra Párraga

Pensamiento ISTEEC #2
Publicado el 6/5/2022 - Año 1 - Mayo de 2022

Te ha pasado que tenés que mandar un mensaje por mail, hacer una llamada, sentarte a escribir, a estudiar y lo vas postergando. Siempre hay otra cosa que hacer, y se te pasa el tiempo, y no lo concretaste. Entonces, cuando percibiste que se pasó la hora, te preguntaste ¿Por qué no lo hice? Ahí es cuando uno se enoja consigo mismo/a, se irrita y se pone mal.

La tarea se sigue acumulando, pasando de un elemento pequeño de la lista de cosas por hacer, a un irritante continuo que no tiene relación alguna con los recursos que necesitas para completarlo. ¿Por qué hacemos esto? Pues no porque seamos perezosos o perdedores o seamos malos gestores del tiempo. Esto se llama procrastinación.

Procrastinar es detener una actividad importante por otras que son triviales, pero cómodas. El concepto es fácil de entender, sobre todo cuando la mayoría de nosotros/as hemos detenido una actividad por realizar otra.

En su etimología, procrastinación deriva del verbo en latín procrastinare, postergar hasta mañana. Sin embargo, es más que postergar voluntariamente. La procrastinación también deriva de la palabra del griego antiguo akrasia, hacer algo en contra de nuestro mejor juicio.

En términos generales, es cierto que se habla de la procrastinación como un problema de gestión del tiempo, porque así es como se ve a nivel superficial. Desde mi experiencia personal, esto no tiene mucho que ver con la gestión del tiempo, sino con el manejo del estado de ánimo y con la gestión de las emociones.

«Las emociones son la brújula existencial que indica el camino único de cada cual, pues constituyen señales auténticas de quiénes somos y quiénes queremos ser» (Lucas Malaisi, 2021). Son un instrumento valiosísimo, puesto que nos brindan información existencial. Y así como pueden ser un combustible de acciones positivas y proactivas, también suelen ser el motor de grandes infortunios y hechos dolorosos en la vida, si no las sabemos identificar y moldear.

La emoción -lo que sentimos- constituye una parte esencial de nuestro comportamiento. Es ese aspecto cualitativo de la conducta, lo que da calor y color a lo que hacemos y pensamos. No es sencillo reconocer las emociones y hacer consciente cuánto intervienen a lo largo de nuestra vida. Al no tratarse de algo tangible, puede resultar difícil para las personas aprender a reconocerlas, manejarlas y cambiarlas.

Por lo tanto, la procrastinación no es un defecto del carácter o una maldición misteriosa que ha caído en la habilidad para administrar el tiempo, sino una manera de enfrentar las emociones desafiantes y estados de ánimo negativos generados por ciertas tareas: aburrimiento, ansiedad, inseguridad, frustración, resentimiento, angustia y más.

Al respecto, afirma Tim Pychyl, un profesor de psicología y miembro del grupo de investigación sobre procrastinación en la Universidad Carleton en Ottawa, Canadá. «La procrastinación es un problema de regulación de emociones, no un problema de gestión de tiempo».

Podemos hablar entonces, de tipos de procrastinación, y en este sentido hay tres tipos de procrastinadores:

Por expectativa: la baja autoestima y la falta de confianza en uno mismo lleva a dejar para mañana lo que puedes hacer hoy, porque se tiene miedo al fracaso.

Por valía: el esfuerzo es mucho y la recompensa es poca, así que no vale la pena empezar.

Por inmediatez o impulsividad: no puedo esperar y, por lo tanto, quiero que los resultados se vean inmediatamente.

La neurociencia nos aporta algunos elementos valiosos al respecto. No se trata de flojera o mediocridad, es simplemente cómo funciona el cerebro humano y cómo controlamos las emociones. «Nuestros cerebros siempre están buscando recompensas relativas. Si tenemos un círculo de hábitos alrededor de la procrastinación, pero no hemos encontrado una mejor recompensa, nuestro cerebro continuará haciéndolo una y otra vez hasta que le demos algo mejor que hacer» dice Judson Brewer, director de investigación e innovación en el Centro de Plenitud Mental de la Universidad de Brown.

Tenemos que encontrar una mejor recompensa que evadir. Una que pueda aliviar nuestros sentimientos desafiantes en el presente, sin causar daño a nuestro yo del futuro.

También existen otras dificultades a reconocer que tienen que ver con estas características: desmotivación, exceso de perfeccionismo, evitación y estrés o sentimiento de abrumación.
La desmotivación es la más común de todas. Cuando la tarea pendiente es aburrida o desagradable no existe motivación para hacerla, y se pospone todo lo que se puede, incluso de forma inconsciente.

Muchas personas que son perfeccionistas lo ven como una virtud, pero en realidad, a veces, se esconde un miedo a ser juzgadas o a ser corregidas o a que se detecten sus errores. Por eso nunca están satisfechas con el resultado de su trabajo, y pierden mucho tiempo en detalles insignificantes que no aportan nada. O bien siempre entregan las cosas a última hora.

Respecto a la evitación, la persona evade sus tareas porque cree que no va a estar a la altura, o no va a obtener buenos resultados. Es una respuesta natural de autodefensa, sin embargo se vuelve un problema cuando uno dice «no puedo hacer nada».

El sentimiento de estar abrumado, lo sufren las personas que tienen mucho estrés o mucho trabajo pendiente. El cerebro argumenta «hay mucho que hacer, no sé ni por dónde empezar, así que no hago nada». Ocurre tanto en el trabajo como en los estudios, sobre todo cuando los estudiantes tienen mucho que estudiar.

Algunos consejos para vencer la procrastinación:

  • Establecer una rutina.
  • Practicar técnicas de meditación -mindfulness-: utilizando técnicas de conciencia plena se puede identificar el problema y trabajar sobre ello. La recreación mental detallada de una actuación hace participar a las neuronas espejo, que la graban en el cerebro casi tan hondamente como si se estuviese realizando de verdad. No obstante, no te conformes con esto, ve más allá, imaginate vívidamente a vos mismo cruzando la línea de meta.
  • Dividí las tareas, poner objetivos claros.
  • Generá espirales de éxito: la esencia de la espiral de éxito es que el logro crea confianza, que a su vez se convierte en empeño que genera más logro.
  • Potenciá los buenos hábitos que ya se realizan.
  • Conectate con tu yo futuro: esto significa imaginarse más envejecido tratando de terminar un trabajo. Tal vez hasta sería bueno imprimir una fotografía así, y al verla, nos pondremos de inmediato a trabajar.
  • Tené claro por qué te importa.
  • Visualizá lo bueno que será haberlo hecho. Es decir, imaginá del modo más vívido posible la satisfacción de que la tarea ya esté terminada y la tranquilidad que se sentirá en ese momento.
  • Identificá el primer paso. Se atribuye a Confucio la frase: «Un viaje de mil millas comienza con un paso». Pues bien, hay que saber cuál es ese primer paso. Una vez que se sabe, es más simple pensar en el segundo, y después en el tercero. Pensar sólo en el objetivo completo puede bloquear y contribuir con la dilación, pero si se piensa en metas pequeñas es más fácil avanzar.

En síntesis todo lo que hemos desarrollado viene a corroborar la idea de que no se trata de desgana ni de desorden en el manejo del tiempo. La clave de la procrastinación se halla en el control de la emociones.

La procrastinación es un fenómeno complejo pues hay muchos factores implicados. Muchas veces parece una lucha interna entre el deseo y el deber y en ocasiones nos saboteamos.

Es mejor «reconocer al enemigo», es decir, conocer cómo funciona la procrastinación y las formas para vencerla y esto ayudará a reconocer la emoción y concretar las metas.

«Es mejor hacer pequeños progresos cada día, que todo lo humanamente posible en un solo día. Haz cosas que puedas sostener.» (James Clear).•